¡Qué útil sería una elección con vencedores sin vencidos!
Una utopía que no lo sería tanto, si los dirigentes de los partidos políticos
asumieran que su influencia y responsabilidad son considerables, y deberían
actuar como verdaderas escuelas de civismo, poniendo al ciudadano en contacto
con los problemas nacionales a través de manifestaciones públicas orientadoras,
en vez de hacerse acreedores –como aquellos representantes del amplio abanico
desde la ultra derecha hasta la ultra izquierda, a los que sólo unía el odio a
Perón-, que en 1951, Alberto Vacarezza calificó de “Contreras”.
Se puede estar de acuerdo o no con Juan Domingo Perón, pero
sólo los necios podrían desestimar el aserto de una de sus frases famosas: “Mejor
que prometer es realizar”. A tal punto que por ponerla en práctica, una
Presidenta en ejercicio puede ser demandada por los que lo único que han hecho
siempre, ha sido prometer. Sin duda, si hoy existiera una revista como “Tía Vicenta”, éste sería uno de los
temas centrales.
Aunque la cuestión no es para chistes; más bien, lleva a uno
a preguntarse si alguna vez, tales políticos tuvieron en sus manos un Manual de
Instrucción Cívica. Porque en tal caso deberían saber que si bien es lógico que
los partidos políticos compitan entre sí por el apoyo de la ciudadanía para
llegar al gobierno, no pueden perder de vista –como constantemente lo hacen-
que la meta última de la acción política es la prosperidad de la República y el bienestar
general. La demagogia y la politiquería (entendida como la defensa de pequeñas
ambiciones personales en detrimento de los intereses generales), la oposición
irracional que sólo busca obstaculizar la acción del gobierno sin tener en
cuenta los intereses nacionales, son aspectos negativos que desalientan a los
ciudadanos y dañan a las instituciones.
Decir que no importa quiénes vengan, sino quién se tiene que
ir, refleja cuando menos, una total irresponsabilidad en lo que a la
prosperidad de la República
y el bienestar general se refiere; aparte de reflejar un odio insensato similar
al que llevó al incalificable y genocida bombardeo de la zona de Plaza de Mayo
el 16 de junio de 1955.
Esa es la obra de la antipolítica, definitivamente coronada
por el general Rafael Videla y la
Junta de Comandantes durante esa larga noche que comenzó el
24 de marzo de 1976.
Finalmente, durante la accidentada salida de esa noche que
duró más de siete años, fracasaron los políticos, aunque afortunadamente la
política logró triunfar sobre el “que se vayan todos”.
Y de esto se trata: de comparar realizaciones concretas y
tangibles con ambiguas promesas, y lo que es peor, en muchos casos hasta la
ausencia de tales promesas, reemplazadas por críticas inoperantes a lo
realizado, con propósitos abiertamente destituyentes, impulsadas por corporaciones apoyadas en un
nefasto periodismo hegemónico, vergonzante e hipócrita.
Y aquí cabe tener en cuenta otro aserto de Perón, al margen
de que simpaticemos con él o no: “El pueblo conoce a sus verdaderos enemigos.
Si es tan tonto que se deja engañar y despojar, suya será la culpa y suyo será
el castigo”.
Mi inolvidable amigo Carlos V. Warnes, con la gracia que
sabía infundirle a su personaje César Bruto, le hizo decir en uno de sus
últimos libros:
“Nunca le lleve el apunte a esa frase que dise: ‘¡Acá hasen falta
buenos gobernanteS, Acá hasen falta buenos gobernanteS!”, porque es una
equivocación tremenda: ¡en ninguna parte del mundO hasen falta buenos
gobernanteS, lo que hasen falta son buenos puebloS! O sea que habiendo un buen
pueblo, al gobernantE no le queda más remedio que ser bueno o largar el
mando…
Además, un pueblO bueno puede vibir sin gobiernO, y en cambio ningún gobiernO
puede vibir sin pueblO…”
Y en tren de citas, me gustaría rescatar lo que en 1748
escribió Montesquieu en “El espíritu de
las leyes”:
“Amar la democracia
es también amar la frugalidad. Teniendo todos el mismo bienestar y las mismas
ventajas, deben gozar todos de los mismos placeres y abrigar las mismas
esperanzas, lo que no se puede conseguir si la frugalidad no es general.
“En una democracia,
el amor a la igualdad limita la ambición al solo deseo de prestar a la patria
más y mayores servicios que los demás ciudadanos. Todos no pueden hacerle
iguales servicios, pero todos deben igualmente hacérselos, cada uno hasta donde
pueda. Al nacer, ya se contrae con la patria una deuda inmensa que nunca se
acaba de pagar.”
Oscar Vázquez Lucio
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