Por Oscar Vázquez Lucio
El llamado simbólicamente “grito de libertad” del 25 de mayo
de 1810, rápidamente se hubiera apagado y quedado sepultado sin la avaluación
de la guerra de la Independencia. Es
casi imposible imaginar una revolución sin sangre a pesar de alguna excepción:
el 17 de octubre de 1945 podría considerarse el germen de una revolución,
cristalizada el 24 de febrero de 1946, en oposición a la sangrienta
contrarrevolución iniciada el 16 de junio de 1955 con los bárbaros bombardeos
en los alrededores de Plaza de Mayo.
Vale la pena releer algo de lo escrito por Juan D. Perón en
“La fuerza es el derecho de las bestias”, publicado durante su exilio:
“Pensamos que tanto el capitalismo como el comunismo son
sistemas ya superados por el tiempo. Consideramos al capitalismo como la
explotación del hombre por el capital y al comunismo como la explotación del
individuo por el Estado. Ambos ‘insectifican’ a la persona mediante sistemas
distintos. Creemos más; pensamos que los abusos del capitalismo son la causa y
el comunismo el efecto. Sin capitalismo el comunismo no tendría razón de ser,
creemos igualmente que, desaparecida la causa, se entraría en el comienzo de la
desaparición del efecto.”
Y prosigue Perón:
“Se trataba de resolver, ayudados por las circunstancias, el
más fundamental problema argentino: su independencia económica. La importancia
de este paso se medirá en toda su proyección si pensamos que, liberados
políticamente en 1816, habíamos caído en el vasallaje hasta nuestros días.
“Para realizar la independencia económica era necesario un
inmenso esfuerzo, habilidad y un poco de suerte, pues era menester:
a)Recuperar el patrimonio nacional en poder de los capitales
colonialistas.
b)Realizar buenos negocios para ‘parar’ la economía anémica
de los argentinos.
“Ya antes de nuestro ascenso al poder comenzamos a reformar,
con el apoyo del gobierno de facto lo indispensable para ganar tiempo. La
primera reforma fue la financiera, mediante la nacionalización del sistema
bancario, convirtiendo al Banco Central de la República en un banco de
bancos, mediante la nacionalización de los depósitos y a los demás bancos en
agencias del mismo. Este fue el primer paso de la reforma económica que
emprendimos: hacer Argentino el dinero del país.
“Simultáneamente con esto comenzamos a estudiar la
realización de la primera etapa de la independencia económica: la recuperación
de la deuda y los servicios públicos.”
Releamos un poco más a Perón, porque es muy importante que
los que no lo saben, conozcan las precisiones que siguen:
“Nuestra deuda externa ascendía en diversas obligaciones a más
de seis mil millones de pesos, en ese entonces algo así como unos dos mil millones de dólares por la
cual pagábamos ochocientos millones de pesos anuales en amortizaciones e
intereses (250 millones de dólares). Esto era nuestro primer objetivo.
“La nacionalización de los servicios públicos, en poder de
consorcios extranjeros, era el segundo objetivo de la recuperación. Se trataba
de los ferrocarriles, transportes de la ciudad de Buenos Aires, el gas, los
teléfonos, seguros y reaseguros, electricidad, comercialización y acopio de las
cosechas, creación de una flota mercante y aérea, etc., etc.”
¡Cuánto retroceso en el país desde que el exiliado Perón
recordó aquellos comienzos, hasta el, al parecer, olvidado 2001! Y al mismo
tiempo, ¡qué falta de memoria!
La Memoria
se distingue de la Historia
en que la narración de los sucesos tiene un carácter más personal, y las
figuras del pasado no aparecen “deshumanizadas, en la fría y rígida solemnidad
de las estatuas”, como decía Adolfo Mitre más de medio siglo atrás.
Claro, la memoria no favorece a políticos que vuelven
después de haber abandonado su cargo en medio de escándalos por corrupción
administrativa. O a los que contradicen los postulados de su campaña electoral.
O a los que no escatiman medios para desplazar a un gobierno constitucional con
el fin de reincidir con recetas anteriormente experimentadas sin éxito.
Pero la falta de memoria ha perjudicado al ciudadano común
hasta límites insospechables, especialmente cuando las sucesivas decepciones
con los gobernantes, le hicieron vislumbrar como una esperanza, la posibilidad
de un golpe militar, absurda creencia que empezó en 1930 y culminó en el horror
desatado por el nefasto y genocida Proceso de Reorganización Nacional durante
siete años a partir de 1976.
Claro que a la desmemoria puede sumarse otro factor no menos
preocupante: los doctores Jekyll que se valen de sus señores Hyde. Para decirlo claramente: en
la política actual abundan los doctores
Jekyll y por ende, sus nefastos alter ego, los señores Hyde, a quienes como el
personaje de la novela de Robert Stevenson escrita en 1886, “El extraño caso
del Dr. Jekyll y Mr. Hyde” (más conocida como “El hombre y la bestia”) le da lo
mismo pisotear una y otra vez a una niña
de diez años caída, que castigar con su bastón a un anciano, hasta matarlo;
aunque su verdadera meta está más próxima a lo escrito por Víctor Oscar García
Costa, y reproducido el 16 de agosto en el blog
http://descamisada2010.blogspot.com,
con el título “Millones de moscas…”, que en mi opinión, se piense como se
piense, no está demás leer.
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