No soy un hombre de la política, pero valoro la importancia fundamental
que la política tiene en la vida de los pueblos, y siempre tengo a mano en mi
biblioteca el ejemplar de “Instrucción Cívica” que en 1988 me dedicaran sus
autores, Norberto E. Fraga y Gabriel A. Ribas. En una de sus páginas hay un
párrafo que me pregunto a menudo, no sin cierta tristeza, cuántos políticos han
pasado por alto: “Si bien es lógico que los partidos políticos compitan entre
sí por ganar el apoyo de la ciudadanía y llegar al gobierno, es muy importante
que, para hacerlo, no pierdan de vista que la meta última de la acción política
es la prosperidad de la
República y el bienestar general. La demagogia, la
politiquería (entendida como la defensa de pequeñas ambiciones personales en
detrimento de los intereses generales), la oposición irracional que sólo busca
obstaculizar la acción del gobierno sin tener en cuenta los intereses
nacionales, son aspectos negativos que desalientan a los ciudadanos y dañan a
las instituciones.”
Son los mismos que se refieren peyorativamente al “populismo”, pretendiendo
descalificar con ello a una mayoría de votantes, concepto que no difiere del de
aquel personaje de “La Gran Aldea”,
de Lucio V. López, ál que este le hacía decir:
“Aquí no estamos todos, pero no convendría que lo estuviéramos. Una cosa
son las reuniones populares de los teatros y de las calles, otra cosa deben ser
los actos de la dirección y de la marcha de nuestro partido (…) La forma
democrática se inspira en el derecho natural. En la tribu, los más fuertes, los
más hábiles, asumen la dirección de agrupaciones humanas: el derecho positivo
codifica la sanción de las legislaciones inéditas del derecho natural y
nosotros exclamamos: ‘¡El pueblo somos nosotros!”
La agresividad que en el orden local, caracteriza de un tiempo a esta
parte a la política argentina, agresividad que aprovechando los avances
tecnológicos, hoy se proyecta impunemente a través de Internet, además del
periodismo hegemónico en su conjunto (medios gráficos, radio, televisión) está
muy lejos de respetar la pluralidad de opiniones que no coinciden con
las propias.
Por otra parte, no podemos dejar pasar por alto, quiénes son los
promotores de esa agresividad, a quienes se refirió en vida, mi colega y amigo Germinal
Lubrano, en un texto que mantiene su actualidad, publicado hace poco mas de un
año, en su revista “Descamisada” (la misma cuya circulación se encargó de
impedir el periodismo hegemónico); el mismo decía:
“Sin ninguna duda, los
argentinos somos famosos por tener mala memoria, y esto lo confirma la opinión
de muchos de ellos en esta circunstancia: ¡Están con los que endeudaron al
país! Deuda que mantuvo al país paralizado durante muchos años, pagando
intereses de miles de millones, convocándonos ante el concierto de las naciones
como un país que tenía que bajar la cabeza ante la prepotencia del F.M.I. que
nos manejaba a su antojo y nos ordenaba lo que teníamos que hacer. También
están a favor de los que remataron nuestras empresas públicas, vendieron o
regalaron el petróleo, el agua, O.S.N., los teléfonos, los ferrocarriles,
Aerolíneas Argentinas, destrozaron la industria argentina estatal o privada,
etc. etc.”
Hemos leído u oído muchas veces
–por supuesto, siempre en los medios hegemónicos-, que “en el 2003 llegaron
todos estos ladrones y destruyeron todo !!!” Pero sólo hace falta un poco más
de memoria y un poco menos de recalcitrante e irracional fanatismo, para
preguntarse con honestidad, qué podían robar y qué podían destruir, si ya todo
lo habían robado y destruido el Proceso de Reorganización Nacional, el
Menemismo, el Delarruísmo y algunos nefastos personajes que desesperados por
volver, conspiran permanentemente y generan desórdenes –con amplio apoyo e impulso
de corporaciones, que a su vez arrastran sindicalistas, periodistas y hasta
hombres de la Justicia
que alguna vez fueron acreedores de respeto- para desestabilizar al Gobierno.
La democracia necesita
opositores; el País necesita opositores; pero opositores que actúen como
verdaderas escuelas de civismo, poniendo al ciudadano en contacto con los
problemas nacionales y ejercitándolo a través de su militancia en las prácticas
democráticas. Las manifestaciones públicas de los dirigentes deben ser orientadoras
de la conducta ciudadana.
La República Argentina
ya no tolera más opositores como los del Presidente Juan D. Perón en 1955, que
bombardearon al pueblo en las calles, el 16 de junio de ese año; o como los que
derrocaron a Arturo Frondizi en 1962; o a Arturo Umberto Illia en 1966; o
impulsaron la trágica llegada al Poder del mal llamado Proceso de
Reorganización Nacional.
El País necesita opositores, por
supuesto no del lamentable estilo del venezolano Henrique Capriles.
Oscar Vázquez Lucio
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