En este momento en que algunos economistas de triste memoria
promueven la devaluación, no esta demás volver a referirse al libro que Enrique
Silberstein (1920-1973) escribiera para el Centro Editor de América Latina en
1970: “Los Ministros de Economía”, que recomendamos localizar y adquirir en
alguna librería “de viejo”, porque su actualidad se mantiene dramáticamente,
agregando nombres aún no vigentes cuando Silberstein escribió el libro.
Publicamos esta nota en el viejo Blog http://siulnaszapping.multiply.com
que sin el más elemental respeto ni ningún tipo de comunicación previa Multiply
arrasara sin darnos margen siquiera a preservar el material publicado, que si
no fuera por nuestro archivo personal se hubiera perdido en beneficio de los
eternos enemigos de la Patria,
esos que escuchamos todos los días en las radios y en los canales de
televisión, y leemos en el periodismo hegemónico. A todos ellos les agradecemos
los virus recibidos para dificultar nuestra emisión, que no hacen sino
confirmarnos que este Blog está en el camino correcto.
Siulnas
Enrique Silberstein, la
Economía y un humor para tomar muy en serio… antes que vuelva a ser tarde
Han pasado varias décadas desde que Enrique Silberstein escribió “Los
ministros de Economía”; sin embargo, este libro del autor de “Historia de la
guita” e “Historia del laburo”, sigue resultando esclarecedor a través de su
ironía y un humor sarcástico y mordaz, como se advierte a partir de la
enumeración de “los puntos fundamentales que todo ministro, aparentemente, debe
tocar en sus discursos”:
“1) Jamás el país estuvo peor, desde el punto de vista económico.
“2) Hay que hacer toda clase de sacrificios para salir adelante.
“3) La estabilidad es lo fundamental; conseguida la estabilidad estamos
salvados.
“4) La moneda sana es el objetivo de nuestra acción de gobierno.
“5) El déficit fiscal se reducirá hasta más allá de lo posible.
“6) Terminaremos, inexorablemente, con la burocracia.
“7) Las medidas impopulares que deberemos tomar son inevitables.
“8) Suframos hoy, que mañana (o pasado) estaremos bien.”
En cuanto a la duración de un ministro de Economía, Silberstein la calculó
en 16 ministros en 13 años, a partir de Emilio Donato del Carril, cuya gestión
comenzó el 1º de mayo de 1958 -fecha que señala como la del nacimiento del
Ministerio respectivo-; su lista llega hasta Aldo Ferrer, que comenzó el 26 de
octubre de 1970, siendo destacado por el autor, como la excepción, al rescatar
sus palabras: “En materia fiscal, la economía se orienta hacia posiciones de
pleno empleo, y, en consecuencia, el presupuesto también se orientará, en la
medida en que se vayan alcanzando las condiciones de pleno empleo, hacia el
equilibrio financiero.”
Por supuesto, no ha sido este el punto de vista de sus antecesores -Alvaro
Alsogaray (1959 y 1962), Roberto Alemann (1961), Carlos Coll Benegas (1962),
Jorge Wehbe (1962), Federico Pinedo (1962), Eustaquio Méndez Delfino (1962),
José Alfredo Martínez de Hoz (1963), Eugenio A. Blanco (1963), Juan Carlos
Pugliese (1964), Jorge Salimei (1966), Adalbert Krieger Vasena (1967), José
María Dagnino Pastore (1969), Carlos M. J. Moyano Llerena (1970)- y tampoco (y
en esto, creo que Silberstein hubiera coincidido conmigo) el de sus sucesores
hasta el comienzo del siglo XXI: José Ber Gelbard (1973), Alfredo Gómez Morales
(1974), Celestino Rodrigo (1975), Pedro Bonnani (sólo 10 días, 1975), Antonio
Cafiero (1975), Emilio Mondelli (1976), Martínez de Hoz (por segunda vez,
1976), Lorenzo Sigaut (1981), Alemann (por segunda vez, 1982), Dagnino Pastore
(por segunda vez, 1982.), Wehbe (por segunda vez, 1982), Bernardo Grinspun
(1983), Juan Vital Sourrouille (1985), Pugliese (por segunda vez, 1983), Jesús
Rodríguez (1983), Miguel Roig (por 6 días, por fallecimiento, 1989), Néstor
Rapanelli (1989), Antonio Erman González (1989), Domingo Felipe Cavallo (1991. Presidente
del Banco Central en 1982, cuando se estatizó la deuda externa, que desde ese
momento pasó a ser de todos nosotros.), Roque Fernández (1996), José Luis
Machinea (1999), Ricardo López Murphy (menos de una semana, 2001), Cavallo
(¡por segunda vez!, 2001).
LOS MINISTROS DE ECONOMÍA SON POLÍTICOS
“Cuando un ministro de Economía dice que hay que lograr la estabilidad está
haciendo política electoral -razona Silberstein-, puesto que lo que está
haciendo es tratando de que los conservadores se sigan manteniendo en el
poder”.
Tras aclarar que para ser
conservador no hay que pertenecer a dicho partido, agrega:
“La prevalencia de las ideas conservadoras, del liberalismo económico, de
la exportación de productos primarios, de la importación de todo artículo, de
la desvalorización monetaria para obtener mejores ingresos por las
exportaciones, de la detracción del consumo popular, del obstáculo a todo
avance del salario real, de la mayor protección a los capitales extranjeros, a
los empresarios extranjeros, a los ejecutivos extranjeros, ha sido permanente y
constante.”
Nada de esto perdió vigencia hasta hace pocos años; en febrero de 1962, el
presidente del Banco Central, Méndez Delfino, enviaba al ministro de Economía
Coll Benegas, una nota en la que tras señalar como imprescindible gestionar un
crédito externo del Fondo Monetario Internacional, indicaba como condición
indispensable, el congelamiento transitorio de los salarios de la
Administración Pública, para evitar un nuevo proceso inflacionario. Silberstein
se preguntó: “¿No se les habrá ocurrido que una medida interesante hubiese sido
reducir las ganancias de los empresarios, que, creo, también son parte -y
fundamental- de todo proceso inflatorio?”
Este mismo Méndez Delfino, ya como ministro de Economía, decía el 10 de
diciembre del mismo año:
“En ciertas actividades existe más personal que el necesario para realizar
un trabajo eficiente dentro de condiciones económicas. Esto obliga a pagar
salarios bajos para que el costo total no sea prohibitivo. Si esas empresas
pudieran operar con menos personal podrían pagar mejores salarios.”
También vale la pena recordar lo que el “embajador extraordinario”,
Alsogaray, dice, entre otras cosas, el 3 de agosto de 1966 en París:
“El país deberá hacer, una vez más, un esfuerzo constante para aumentar la
participación de la producción nacional en el consumo de gas y combustibles
líquidos, para alcanzar un nivel adecuado, cercano al autoabastecimiento”.
Una vez más, la acotación de Silberstein resulta incuestionable:
“Cosa que todos dicen -comenta- y que implica que se va a permitir que las
empresas extranjeras se instalen en el país y agujereen y refinen el petróleo
nacional, enviando los dividendos al exterior”.
Claro que con el correr del tiempo, muchas frases de los ministros resultan
humorísticas en sí mismas, como la del discurso de Alsogaray del 30 de abril de
1962:
“Nuestra próxima generación se beneficiará durante los próximos años de los
frutos de sus esfuerzos y sacrificios actuales”.
EL BANCO DE LA PROVINCIA EN 1914
Refiriéndose a los economistas que estudiaron en instituciones económicas,
comerciales, financieras y sociales que no tienen nada que ver con nuestra
realidad, con nuestros problemas, con nuestra idiosincracia e inclusive “con
nuestra historia en serio”, Silberstein reflexiona:
“Ojalá hubiésemos tenido una economía gaucha, unas finanzas gauchas. Porque
entonces se habrían adaptado a nuestra realidad, a la realidad de nuestro
contorno, y no hubiésemos andado perdiendo tiempo en la lucha contra el curso
forzoso y contra la circulación de papel moneda.”
Punto de vista que 57 años antes había sostenido Estanislao S. Zeballos, en
un discurso pronunciado en 1914 en la Cámara de Diputados de la Nación:
“Las leyes económicas oportunas en Europa -dijo entonces- no son las leyes
económicas aplicables en la República Argentina; por eso fracasa la universidad
teórica, la universidad que no enseña sino libros y prescinde de la situación y
caracteres peculiares del país…”
Señalaba como ejemplo la prosperidad de la Provincia de Buenos Aires, “el
estado más rico de América del Sur” (reitero que son palabras de Zeballos en
1914). “Se debe al papel inconvertible de su viejo banco de la Provincia; con
ese papel se ha habilitado a los estancieros y a los agricultores de Buenos
Aires, durante sesenta años, con préstamos de papel timbrado, a pagar en cinco
años, con cinco por ciento de amortización; y esos préstamos habilitados han
hecho el engrandecimiento de esa provincia y echaron bases para la riqueza
argentina.
“Y si los libros europeos lo aconsejan y las necesidades argentinas
rechazan el consejo -concluía el legislador- ¡primen nuestras necesidades y
quémense los libros!”
Por supuesto, no le hicieron caso.
Y para terminar, el gran protagonista de las últimas décadas -el Fondo
Monetario Internacional- analizado por Silberstein:
“Lo que se está diciendo -concluye tras considerar que la emisión de papel
moneda por parte del Estado es la única forma en que los países
subdesarrollados pueden crecer-, es que si el Estado no tiene dinero debe dejar
de hacer cosas, estancarse, pararse, detenerse o pedir prestado a quienes
tienen y que suelen imponer, como condiciones, exigencias que se refieren a la
forma en que se devolverá el préstamo y acerca de la forma en que se lo utilizará,
de manera tal que se tengan en cuenta los intereses de los prestamistas y no
los de la nación.”
Si localiza este libro
de Silberstein en alguna librería de viejo, hallará mucho más de lo que yo
puedo rescatar en esta página. Tal vez si lo leyeran quienes debido a su frágil
memoria, responden al juego impuesto por los medios monopolizados manejados por
quienes defienden la prevalencia de sus ideas conservadoras, del liberalismo
económico, de la exportación de productos primarios, de la importación de todo
artículo, de la desvalorización monetaria para obtener mejores ingresos por las
exportaciones, de la detracción del consumo popular, del obstáculo a todo
avance del salario real, de la mayor protección a los capitales extranjeros, a
los empresarios extranjeros, a los ejecutivos extranjeros… Tal vez si lo
leyeran los olvidadizos y fácilmente convencibles a través del mensaje
interesadamente equívoco de medios gráficos, radiales y televisivos
-monopolizados y convertidos en lo que en 1938 Ernesto Morales llamó
“guerrilleros literarios”-, dirigidos por quienes permanentemente los han
expoliado, y pretenden derrocar un gobierno (como tantas veces lo hicieron ante
la falta de reacción de un pueblo inmaduro) para poder seguir haciéndolo.
Tal vez si lo leyeran,
y recordaran todos los males sufridos por la República (con ellos a la cabeza),
ocasionados por “golpistas” que sólo defendían sus espúreos intereses… todavía
podríamos salvar algo.
Oscar Vázquez Lucio
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ResponderEliminarTe felicito por tu aporte.Hace muchos años leí el libro (prestado) y nunca más pude conseguirlo.Me alegra ver que hay gente que PIENSA y que sabe compartir.Así se debe ganar la batalla cultural .
ResponderEliminarTe felicito por tu aporte.Hace muchos años leí el libro (prestado) y nunca más pude conseguirlo.Me alegra ver que hay gente que PIENSA y que sabe compartir.Así se debe ganar la batalla cultural .
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