En setiembre de 1979, escribiendo en la revista “Todo es
Historia”, sobre el humor durante la segunda guerra mundial, al referirme al
enfoque de un humorista sobre el bombardeo atómico, señalé respecto al mismo
“que dolió en primer lugar a los simpatizantes de los aliados”. Con el tiempo,
me referiría al tema mucho menos sutilmente, recordando que en ese período,
mientras los norteamericanos llevaban a cabo el más terrible genocidio que jamás
se había visto, juzgaban a los jerarcas nazis ¡por crímenes de guerra!
Alguna vez se me observó que nadie, excepto yo, había vuelto
a tocar el tema, en muchísimos años… No sé si es tan así, pero ¡qué bueno que
lo haya tocado la
Presidenta argentina ante la Asamblea General
de las Naciones Unidas en el momento más indicado!
No está demás referirlo a las nuevas generaciones, y a las
que lo sepultaron entre sus recuerdos, simplemente rescatando una de las
crónicas sin matices políticos, de aquellos días:
“A las ocho y quince minutos de la mañana del 6 de agosto,
relampagueó la bomba atómica sobre Hiroshima. Desde el acorazado en que
regresaba a Estados Unidos, el presidente Truman hizo al mundo el sensacional
anuncio. Desde la misma ciudad víctima, ninguna comunicación era posible, pues
Hiroshima, población de 343.000 habitantes quedó, en esencia, destruida. ‘Hace
16 horas –decía el mensaje-, un avión norteamericano lanzó una bomba en
Hiroshima, importante base militar japonesa. Esa bomba tenía más potencia que
veinte mil toneladas de tri-nitro-tuoleno y es dos mil veces más poderosa que
la británica Grand Slam, la mayor bomba utilizada en la historia de la guerra
con anterioridad. Los japoneses comenzaron la guerra desde el aire en Pearl
Harbour. Se les ha pagado ya con creces y aún no ha llegado el fin. Se ha
logrado sujetar la potencia máxima del universo. La fuerza de la cual el sol
toma su potencia, ha sido desatada contra los que llevaron la guerra en Extremo
Oriente.’ En tan breve anuncio se daba cuenta al mundo de un acontecimiento
trascendental de la centuria.”
A las 9 del día 2 de setiembre, se dejó caer sobre Nagasaki
el segundo proyectil atómico. (Cabe recordar que con posterioridad se
argumentaría que tal decisión evitaba nuevas muertes por la guerra; ¿cómo es
que ya entonces no se pensó en darle el Nobel de la Paz a un presidente
norteamericano?)
Un año después, a las 14:18 del día 1º de octubre, comienza
el proceso del Tribunal Interaliado de Nuremberg, que sentenciará a la horca a
los criminales de guerra nazis.
Tres décadas después, los norteamericanos protagonizan lo
que se recordaría como “El infierno del napalm y de la lluvia química” (título
de “La Nación”,
30-4-95), la gran tragedia de Vietnam que dejó 2 millones de muertos, 4
millones y medio de heridos y 9 millones de desarraigados, en los 7 años que
duró la intervención norteamericana, durante los cuales fueron arrojadas 7
millones de toneladas de bombas, casi tres veces más que en la Segunda Guerra Mundial.
También a esta guerra se ha referido el martes 24 de
setiembre último, la
Presidenta argentina, ante la Asamblea General
de las Naciones Unidas en el momento oportuno.
Como argentino gobernado a lo largo de mi vida por quince
presidentes constitucionales –uno de ellos hasta proclamando “relaciones
carnales” con los Estados Unidos de Norteamérica- y diez presidentes de facto,
me resulta reparador y gratificante haber coincidido en notas publicadas en
periódicos de poca difusión, con lo expresado por la Presidenta argentina, nada menos que
ante la Asamblea General
de las Naciones Unidas, el martes 24 de setiembre de 2013.
Oscar E. Vázquez Lucio
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